Y, a pesar de todo, una parte de sí mismo se resistía, no le permitía confiarse a los dioses de los enanos y reprimir, así, su identidad y su sentido de bienestar por algo que no comprendía. También tenía dificultades en aceptar que, si los dioses existían realmente, fueran los dioses de los enanos. Eragon estaba seguro de que si preguntaba a Nar Garzhvog o a un miembro de las tribus nómadas, o incluso al sacerdote de Helgrind, si sus dioses eran reales, todos ellos defenderían la supremacía de sus deidades con la misma energía con que Glumra había defendido la de los suyos. <<¿Cómo se supone que voy a saber cuál de las religiones es la verdadera?- se preguntó-. Sólo porque alguien siga una fe en concreto, eso no significa que sea el camino correcto… Quizá ninguna religión contenga toda la verdad del mundo. Quizá cada religión contenga fragmentos de la verdad y nosotros tengamos la responsabilidad de identificar esos fragmentos y volver a unirlos. O quizá los elfos tengan razón y no exista ningún dios. Pero, ¿cómo puedo estar seguro?>>